BiblioRedes Panguipulli Presenta el libro destacado de la semana: " Voces de Chernóbil" de Svetlana Alexiévich

 

Bielorrusia. Para el mundo somos una tierra incógnita, tierra ignorada, aún por descubrir. La Rusia Blanca, así suena más o menos el nombre de nuestro país en inglés. Todos conocen Chernóbil, pero en lo que atañe a Ucrania y Rusia. A los bielorrusos aún nos queda contar nuestra historia…
Todos sabemos, creo, qué pasó en Chernóbil (Ucrania, cerca de la frontera bielorrusa) aquel nefasto 26 de abril de 1986, a la 1 h 23' 58" cuando  una serie de explosiones destruyó el reactor y el edificio del 4º bloque energético de la Central Eléctrica Atómica. La catástrofe de Chernóbil se convirtió en el desastre tecnológico más grave del siglo XX.


En Bielorrusia nunca hubo una central nuclear, pero es sobre todo allí donde se están pagando, y muy caras, las consecuencias de la tragedia de Chernóbil. Ese pequeño país  de tan solo 10 millones de habitantes fue también uno de los que más sufrieron la II Guerra Mundial, durante la cual los alemanes destruyeron 619 aldeas bielorrusas con sus pobladores. Después de Chernóbil, se perdieron 485 aldeas y pueblos, 70 de los cuales fueron enterrados bajo tierra. Durante la guerra Bielorrusia perdió la cuarta parte de su población; hoy, el 20% de los bielorrusos vive en un territorio contaminado con todo lo que esto conlleva- enfermedades, el incremento de la mortalidad, el descenso demográfico, el sufrimiento de miles de personas.


El libro de la periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich, publicado por primera vez en 1997, recoge testimonios de algunas de las personas afectadas por la tragedia. Fue traducido a varios idiomas y galardonado con numerosos premios. En 2006, para conmemorar el vigésimo aniversario de la catástrofe, se publicó una versión actualizada del libro, Voces de Chernóbil. Crónica del futuro, que este mes sale a la venta en España reeditada por DEBOLSILLO.


Cualquier comentario a un texto de Alexiévich es y siempre será tan sólo un intento de explicar su importancia. Cada lector debería enfrentarse cara a cara con las palabras de la periodista bielorrusa. Porque es muy difícil, casi imposible, reflejar en pocas frases su fuerza, grandeza y significado. La autora misma también está lejos de comentar los acontecimientos del 26 de abril de 1986. Como en La guerra no tiene rostro de mujer, da la voz a los protagonistas y testigos de aquellos momentos. Voces de Chernóbil es por tanto una colección de monólogos de personas afectadas por la tragedia. La autora permanece en la sombra, como Zofia Na?kowska en Medallones, dejando que los hechos hablen por sí mismos.


No es un libro sobre Chernóbil sino sobre el mundo de Chernóbil (…) Describo y colecciono la cotidianeidad de las emociones, los pensamientos, las palabras. Intento atrapar la vida del alma. (…) La noche del 26 de abril de 1986… En una noche nos trasladamos a otro lugar en la historia. Saltamos a una nueva realidad, fuera del alcance  no solo de nuestros conocimientos, sino también de nuestra imaginación.


Voces de Chernóbil empieza con el relato de la mujer de uno de los bomberos que apagaron el incendio en la central.
Todo parecía iluminado. El cielo entero. Unas llamas altas. Y hollín. Un calor horroroso. Y él seguía sin regresar. El hollín era porque ardía el alquitrán; el techo de la central estaba cubierto de asfalto. Sobre el que la gente andaba, como él después recordaba, igual que sobre resina. Sofocaban las llamas, y mientras, él reptaba. Subía al reactor. Tiraban el grafito ardiendo con los pies. Se fueron sin los trajes de lona; se fueron para allá tal como iban, en camisa. Nadie les avisó; los llamaron a un incendio normal.


Un monólogo desgarrador, en el que el amor de una pareja joven se cae literalmente a trozos, como el cuerpo del bombero. Expuesto a la radiación moría en gran dolor:
Le salían por la boca pedacitos de pulmón, de hígado. Se ahogaba con sus propias vísceras. Me envolvía la mano con una gasa y la introducía en su boca para sacarle todo aquello de dentro. ¡Es imposible contar esto! ¡Es imposible contar esto! ¡Es imposible escribirlo! ¡Ni siquiera soportarlo!... Todo esto tan querido… Tan mío… Tan…  No le cabía ninguna talla de zapatos. Lo colocaron en el ataúd descalzo.

Y es tan solo el principio del drama, uno de muchos relatos que componen el reportaje de Alexiévich – historias de los habitantes de la zona, liquidadores de la catástrofe, responsables de las explosiones, familiares de los soldados y bomberos muertos como consecuencia de la radiación, campesinos y científicos, fotógrafos y periodistas, niños y adultos. Todo el espectro de la sociedad.  Alexiévich afirma:
El destino es la vida de cada uno, la historia es la vida de todos nosotros. Quiero contar la historia sin perder de vista al ser humano. Porque el destino alcanza más lejos que cualquier idea.


Chernóbil sigue siendo una guerra total que continúa cosechando sufrimiento y muerte. La soledad de las viudas, la impotencia de los hombres, el miedo en los ojos de los niños que saben que van a morir… La ineptitud, la desidia y el secretismo de las autoridades de un imperio decadente han magnificado la tragedia. No se informó a las personas que limpiaron la zona- los liquidadores- de lo que estaba pasando de verdad, no se los protegió adecuadamente con ropa y equipamiento apropiados. Era más fácil y políticamente recomendable apelar al patriotismo, a la necesidad de defender el país del enemigo externo (no, nada ha cambiado por aquellos lares). Décadas de lavado de cerebro y hectolitros de vodka hicieron el resto. Todo esto pasó en un país obsesionado con la posibilidad de un ataque nuclear, lleno de refugios para tal ocasión y donde ya en primaria los niños tenían clases de defensa civil.


Creíamos en nuestra suerte; en el fondo de nuestra alma todos somos fatalistas, y no boticarios. No racionalistas. La mentalidad eslava. ¡Yo confiaba en mi buena estrella! ¡Ja, ja, ja! Y hoy soy un inválido de segundo grado. Enfermé enseguida. Los malditos “rayos”. Ya se sabe. Hasta entonces no tenía ni siquiera una ficha en la clínica. ¡Que los parta un rayo! Y no era yo solo. La mentalidad.


La autora crea una nueva categoría de hombre – el hombre de Chernóbil - marcado por la tragedia, rechazado por el resto de la sociedad, con un equipaje de experiencias que no caben dentro del pensamiento lógico de los demás.


El mundo se ha partido en dos: estamos nosotros, la gente de Chernóbil, y están ustedes, el resto de los hombres. ¿Lo ha notado? Ahora entre nosotros no se pone el acento “yo soy bielorruso” o “soy ucraniano”, “soy ruso” … Todos se llaman a sí mismos habitantes de Chernóbil. “Somos de Chernóbil”. “Yo soy un hombre de Chernóbil”. Como si se tratara de un pueblo distinto. De una nación nueva.


 Sin embargo, los malos recuerdos forman tan solo una pequeña parte de todo a lo que tienen que enfrentarse – no olvidemos las consecuencias de la radiotoxemia. El sufrimiento psíquico se une el dolor físico. Chernóbil no escatimó a nadie ni a nada, maltrató a los hombres, a los animales, a las plantas. Se burló de nuestros conocimientos, nos devolvió a nuestro lugar entre los demás habitantes de este planeta. ¡A nosotros, tan orgullosos y confiados en los logros de la ciencia!


Resulta imposible borrar Voces de Chernóbil de la memoria. Es una lectura potente y conmovedora; sobrepasa los límites de nuestra comprensión. Hablando del pasado trata de las preocupaciones del futuro. Crónica y testimonio, es también un intento de devolver el sentido de la vida a una sociedad donde la vida carecía de valor. Una lectura dura pero imprescindible.

 

Fuente: sinoleodesespero.blogspot.cl