Para don Rigoberto Neira

 


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Este  es  un  simple   recuerdo especial  para  quien  fuera un  servidor muy querido. Un hombre bueno que enseñaba con una alegría contagiosa: Don Rigoberto Neira Vásquez. Es por eso que en estas líneas vamos a rendirle un homenaje, aunque sea tarde. Es que siempre los homenajes se hacen cuando la persona ya se ha marchado de este mundo, pero así somos los seres humanos.



Hoy todo es más difícil para nosotros, sus amigos. Estamos muy tristes. Muy destrozados. Quizás sin atinar a nada. Pero pensándolo bien y habiendo conocido tanto a este bondadoso y recto hombre, sabemos que a él no le habría gustado que estuviésemos amargados. Nos diría que la vida es bonita cuando se lleva bien y se hace el bien y él lo hizo a raudales, silenciosamente, como lo hacen las personas bien nacidas, sin esperar recompensas ni homenajes.



Para don Rigoberto era lo más natural el atender bien y dejar en cada atención una enseñanza. Era el profesor por naturaleza y sabía que su obligación moral era comprender, educar y transmitir parte de su sabiduría a los demás. No todos los días nacen personas como don Rigoberto. Podríamos estar todo un día hablando de él, pero en su humildad a nuestro amigo esto no le hubiese gustado.

Nos tragaremos, pues, nuestras palabras y nuestras lágrimas. Rogamos que Dios le entregue a su esposa, a sus hijos, a sus nietos y a su familia en general y también a sus amigos, la resignación y el consuelo para seguir viviendo, pero recordando a cada instante que por este mundo pasó un hombre que nunca le hizo un mal a nadie y nos contagió con su alegría y su bondad y estamos orgullosos por habernos entregado su amistad inalterable con el paso de los años.